martes, 17 de enero de 2012

Campo del Moro. Madrid 14-1-2012 // 600 msnm







Muchas especies de aves pasan la noche en dormideros comunales donde a menudo se reunen miles de individuos. Los ejemplares que componen el dormidero pasan el día comiendo por lugares, a menudo situados a decenas de kilómetros, y al atardecer acuden al lugar de reunión a lo largo de un periodo variable que puede durar varias horas. Aunque hay dormideros al final de la época de cría lo normal es que éstos funcionen diariamente lo que dura el periodo de estancia de los invernantes mediterráneos, es decir de octubre a abril. También hay que decir que algunos dormideros duran décadas mientras que otros cambian de emplazamiento debido a molestias o daños en el hábitat.
En algunas especies los comederos se encuentran bastante localizados, pero en otras sus fuentes de alimento se hallan dispersas y ello hace que la entrada al dormidero se realice desde diferentes direcciones; sin embargo, en el caso de los dormideros urbanos, que es de lo que aquí se trata, siempre se aprecia una componente direccional principal. Una sugerente teoría propone que los dormideros, además de tratarse de puntos de reunión con evidentes ventajas en cuanto a la seguridad para sus componentes, determinan lugares de encuentro donde las aves recogen información relativa a la disponibilidad de alimento de acuerdo con la actitud de los diferentes grupos que lo integran (al no comportarse igual las aves que han comido abundantemente y las que no al día siguiente se seguiría a las más lozanas), en fin...
Un lugar interesante para observar este fenómeno de los dormideros es la ribera del Manzanares donde el río entra en la ciudad de Madrid. Aquí, además de contemplar el camino de ida de las gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus) y sombrías (Larus fuscus) hacia su dormidero situado en el embalse de Santillana (hablamos de unas 50.000 aves), se encuentran pequeños dormideros de urraca (Pica pica) (algo más de 100 ejemplares) y grajilla (Corvus monedula) (cerca de 300 ejemplares). Sin embargo el más notable de todos es el de palomas torcaces (Columba palumbus) situado en los jardines del Campo del Moro que supera ligeramente los 11.000 ejemplares. El parque es un espacio forestal ajardinado contiguo al Palacio Real que cuenta con arbolado denso y longevo (curiosamente al seguir su recorrido para ver de donde vienen -no pasan por el pueblo del Pardo- llego hasta la cancela del Palacio de la Zarzuela, se ve que son unas aves muy ilustres).
La mayoría de las palomas torcaces llega desde el norte (una pequeña proporción viene de la Casa de Campo), de la zona del Pardo, siguen el valle del Manzanares, atraviesan el Parque del Oeste y entran en el Campo del Moro. La llegada comienza a las 14,00 hora solar y finaliza a las 17,00 h, después de ponerse el sol. Las palomas entran en grupos de 20 a 500 individuos ( a veces aisladas) con un flujo máximo que tiene lugar de 16,00 a 16,35 cuando entran alrededor de 1000 ejemplares cada 5 minutos.
La paloma torcaz ha adquirido un aumento demográfico en la ciudad de Madrid a partir de la década de los 90 y además los dormideros urbanos de esta especie se han vuelto  habituales, incluso al final del verano.

lunes, 2 de enero de 2012

Valle del Riato. Berzosa del Lozoya. Madrid. 27-12-2011 // 1300 m






Visitamos los confines madrileños del conjunto montañoso Somosierra - Ayllón, donde el Sistema Central remata su extremo oriental. La zona está constituida por un conjunto de abruptas alineaciones montañosas orientadas muy a menudo en dirección norte-sur que son el resultado de uno de los accidentes geológicos más interesantes de esta parte de la península: la Falla de Berzosa. Esta costura que atraviesa la sierra de parte a parte separa litologías bien distintas, y en consecuencia diferentes modelados del relieve cuyo resultado final son los característicos paisajes locales, tan diferentes a los del resto de la sierra madrileña. Si al oeste de la falla el roquedo está compuesto por esquistos, neises y granitos al este, donde nos encontramos, predominan cuarcitas y pizarras (foto 1) que se disponen en bandas determinando irregulares orografías con vivos resaltes cuarcíticos (foto 2).





El monte está presidido por interminables repoblaciones de pinos de diversas especies: resineros (P. pinaster), negrales (P. nigra) y albares (P. sylvestris), nítidamente delimitadas por monótonos matorrales de jara pringosa (Cistus ladanifer) y estepa (Cistus laurifolius) que a veces conviven con cantuesos (Lavandula pedunculata), torviscos (Daphne gnidium) y, cuando el suelo es algo más profundo y más fresco, rosales como Rosa micrantha y Rosa corymbifera; además cuando el sustrato es de pizarra también aparece romero (Rosmarinus officinalis) que por aquí aun no florece. 
Los cauces que atraviesan estas laderas se enriquecen con un grupo de plantas ribereñas entre las que se reconocen: brezo blanco (Erica arborea, Sarga negra (Salix atrocinerea), majuelo (Crataegus monogyna) y algún arce de Montpellier (Acer monspessulanum). El rastro que estas alineaciones marcan en el paisaje se hace bien evidente también en esta época del año cuando los sotillos que forman han perdido la mayor parte de sus hojas (foto 3).




A pesar de la pobreza del sustrato es estimulante constatar el vigor de la vegetación, por ejemplo en las cicatrices que los cortafuegos dejan en el monte cuyo espacio, en apariencia estéril, se ve inmediatamente envuelto en una dinámica de recolonización vegetal del espacio perdido (foto 4). Si el cortafuegos no se mantiene con el esfuerzo humano el suelo se cubrirá la próxima primavera de un herbazal que con el transcurso de los años se irá salpicando de jaras. En poco tiempo el jaral se habrá vuelto a adueñar de lo ahora descarnado e incluso algún enebro comenzará a sobresalir aquí y allá.




Estos jarales tan esquivos a lo forestal y que se perpetúan durante décadas al amparo del pobre sustrato rocoso, sin embargo admiten algunos pinos jóvenes que colonizan los espacios contiguos a las repoblaciones (foto 5). Se trata principalmente de pinos resineros, pero también de algún albar que delatan con su espontánea presencia su viabilidad a largo plazo.




El invierno en estas sierras debe ser duro: las yemas de las sargas negras que suelen florecer en enero casi no han engordado y las semillas de las herbáceas que han germinado este otoño apenas han desarrollado algo más que los cotiledones o las hojas inmediatamente posteriores (foto 6).




Con poco más de nueve horas de luz para poder alimentarse y las bajas temperaturas nocturnas que se registran en la zona en esta época del año resulta sorprendente la presencia de una cierta variedad de aves de metabolismo admirable cuyo peso en ocasiones sobrepasa escasamente los 10 gramos. Es cierto que la cantidades de aves no son en absoluto numerosas si las comparamos con las que viven unos kilómetros al sur, por ejemplo en el valle del Jarama, pero sí son significativas y merece la pena tenerlas en cuenta. Destacan entre las observaciones un grupo de 20 perdices rojas (Alectoris rufa) y densidades interesantes de algunos pájaros de matorral como el acentor común (Prunella modularis) (1,4 aves/ha), el mirlo (Turdus merula) (1,4 aves/ha), la curruca rabilarga (Sylvia undata) (0,7 aves/ha) y el escribano montesino (Emberiza cia) (1,1 aves/ha). Todas ellas se registran en un recorrido en el que se prospectan 5,5 hectáreas de jaral con algún seto intercalado que es donde se detectan los mayores aquerenciamientos. El listado de aves que detectamos a lo largo de la mañana es el siguiente:
Buitre leonado
Ratonero
Perdiz
Pito real
Totovía
Chochín
Acentor común
Petirrojo
Mirlo común
Zorzal charlo
Curruca rabilarga
Mosquitero común
Reyezuelo listado
Herrerillo capuchino 
Carbonero garrapinos
Herrerillo común
Agateador común
Alcaudón real
Arrendajo
Cuervo
Pinzón vulgar
Verdecillo
Verderón común
Jilguero
Lúgano
Pardillo común
Escribano montesino