Nos reunimos un grupo de más de
30 personas con el fin de recorrer el afloramiento calizo que asoma entre la
masa de agua principal del embalse y la ramificación que genera la
desembocadura del arroyo Albalá en el mismo. La excursión dura unas ocho horas
y, en contra de lo que todos preveíamos, tenemos un tiempo bastante bueno.
En el entorno de la sierra de
Guadarrama, donde los materiales rocosos son de naturaleza predominantemente
silícea, los escasos enclaves calizos representan singularidades que amplían la
biodiversidad y a la vez ofrecen información sobre la historia geológica del
territorio.
La zona caliza que visitamos se
formó en el período Cretácico superior, durante el cual una importante transgresión
marina dejó bajo las aguas una buena parte de lo que actualmente constituye el
territorio madrileño; anteriormente se habían producido ya entradas y retiradas
de las aguas, pero ninguna tuvo incidencia aquí. A consecuencia de la
precipitación del carbonato cálcico de las aguas en ese periodo se acumularon los
espesores de calizas y dolomías que hoy se ven, en un ambiente tropical y de
plataforma continental poco profunda cuya mayor expresión se encuentra cuanto
más hacia el este (zona de Patones y sobre todo en el Sistema Ibérico). Tras
los levantamientos y hundimientos generados a consecuencia de los empujes transmitidos
durante la Orogenia Alpina dichos sedimentos se plegaron y posteriormente fueron erosionados, de tal forma que estos afloramientos calizos aparecen en la sierra
madrileña de forma discontinua, al pie de ciertas elevaciones montañosas y en
algunas fosas tectónicas (zonas hundidas), como testigos de la cobertera
sedimentaria que cubrió buena parte del Guadarrama antes de los referidos
esfuerzos tectónicos.
La peculiaridad de este sustrato rocoso se pone enseguida de manifiesto con la presencia de un interesante bosquete de quejigos (Quercus faginea), en una ladera orientada hacia el norte. Su estrato arbustivo está formado por aligustre (Ligustrum vulgare), madreselva (Lonicera etrusca), torvisco (Daphne gnidium), enebro de la miera (Juniperus oxycedrus), esparraguera (Asparagus acutifolius), rubia silvestre (Rubia peregrina)… En los huecos de esta formación forestal encontramos tomillares de Thymus zygis con lino blanco (Linum suffruticosum), candilera (Phlomis lychnitis) y heliántemo ceniciento (Helianthemun cinereum); también fenalares de Brachypodium retusum y además pastizales con cuchara de pastor (Rhaponticum coniferum), lobillo (Thesium humifusum), hierba del ermitaño (Geum sylvaticum), Margotia gummifera, Carex hallerana, dáctilo (Dactylis glomerata)…
En los arcenes del camino
principal y en aquellas zonas donde tiene acceso el ganado encontramos plantas
de afinidad nitrófila, como geranio muelle (Geranium
molle), hierba de san Roberto (Geranium
robertianum), ardivieja (Helianthemum
ledifolium), Bituminaria bituminosa,
trébol de hoja estrecha (Trifolium
angustifolium) gordolobo (Verbascum
pulverulentum), escobilla parda (Artemisia
campestris), cardo cuco (Picnomon
acarna), cardo borriquero (Onopordum
illyricum), cabeza de medusa (Taeniatherum
caput-medusae), viborera (Echium
asperrimum), marrubio (Marrubium
vulgare)...
Es curioso observar en esta antigua carretera, actualmente abandonada, cómo la vegetación, de forma espontánea, va recuperando el espacio perdido absorbiendo el asfalto; cómo un espacio aparentemente estéril es reconducido de nuevo al ámbito de los ciclos naturales.
Entre el roquedo calizo se reconocen: uña de gato (Sedum sediforme), té de roca (Chiliadenus glutinosus), espino negro (Rhamnus lycioides), un par de especies de Fumana... Como se ve, los inventarios que hacemos son un tanto superficiales, y es que la época del año no es muy propicia.
Es curioso observar en esta antigua carretera, actualmente abandonada, cómo la vegetación, de forma espontánea, va recuperando el espacio perdido absorbiendo el asfalto; cómo un espacio aparentemente estéril es reconducido de nuevo al ámbito de los ciclos naturales.
Entre el roquedo calizo se reconocen: uña de gato (Sedum sediforme), té de roca (Chiliadenus glutinosus), espino negro (Rhamnus lycioides), un par de especies de Fumana... Como se ve, los inventarios que hacemos son un tanto superficiales, y es que la época del año no es muy propicia.
A medida que avanza el
recorrido y debido a la orografía del terreno (los estratos calizos no están
horizontales sino basculados) vamos observando que atravesamos niveles del
conjunto pétreo cada vez más profundos, es decir más antiguos, hasta llegar al
nivel basal de la serie que está formado por materiales arenosos. Estos
corresponden a depósitos no marinos sedimentados en medios fluviales o mareales, y por tanto
depositados “justo” en el periodo previo a la transgresión marina comentada
anteriormente que inundó todo este territorio; es como si tocásemos las arenas
litorales de un antiguo mar. Entonces, ¿qué queda todavía ladera abajo? Efectivamente,
descendemos unos metros y enseguida topamos con los afloramientos de esquistos
de origen preordovícico; éstos, junto con otros materiales, conformarían el
antiguo relieve del Macizo Hespérico, ya muy erosionado, cuya superficie fue cubierta
por las aguas.
Son estos esquistos rocas de gran
belleza por su brillante bandeado, a menudo provisto de micropliegues, que se
acrecienta aún más con los frecuentes diques de cuarzo y otros pegmatíticos que atraviesan el
roquedo metamórfico. En estos últimos se distinguen claramente buenos cristales de
cuarzo, feldespato, moscovita y turmalina.
Todos estos minerales junto a los
que componen los esquistos están constituidos por diferentes silicatos que
otorgan al suelo una reacción ácida, en sentido amplio, de modo que el interés de
esta zona de contacto reside en que actualmente y a muy pocos metros de
distancia se encuentran por un lado la flora calcícola o al menos de carácter
basófilo y por otro la silicícola, muy bien representada aquí por especies como
la jara pringosa (Cistus ladanifer), el
cantueso (Lavandula pedunculata) o la
mejorana (Thymus mastichina).
La ladera orientada hacia el sur
y sustrato silíceo por la que acabamos caminando está ocupada por un encinar (Quercus rotundifolia) con enebros (Juniperus oxycedrus), cuyo subvuelo
cuenta con retama negra (Cytisus
scoparius), retama (Retama
sphaerocarpa), majuelo (Crataegus
monogyna), jazmín silvestre (Jasminum
fruticans)... Se trata de una masa forestal de buena extensión en la que a
menudo destacan manchas de los marcescentes quejigos entre la vegetación
esclerófila; encinares de no fácil acceso que conectan con la dehesa de
Moncalvillo.
Uno de los atractivos de la
excursión consiste en el valor paisajístico de la zona, pues en uno u otro
momento se divisan el cerro de San Pedro, la Pedriza del Manzanares, la sierra
de La Morcuera, el entorno de Mondalindo, la sierra de la Cabrera y diferentes
alturas de la sierra del Rincón. Dicho valor se realza todavía con las vistas
del embalse de Pedrezuela.
Un embalse siempre genera en sus
orillas condiciones ambientales diferentes a las de los ambientes esclerófilos
dominantes. La proximidad del nivel freático a la superficie del terreno
condiciona el asentamiento de una vegetación no vinculada al agua procedente de
las precipitaciones como es la de los interfluvios contiguos. Aunque la
vegetación potencial de estos espacios de fondo de valle es la fresneda de
rampa, la elevada alteración que domina el medio solo permite la presencia de masas de junco de
churrero (Scirpoides holoschoenus) y
pastizales de diferentes características según el grado de humedad edáfica
(vallicares, trebolares, otros de carácter anfibio…). A menudo son también
frecuentes ejemplares dispersos de fresno (Fraxinus
angustifolius), chopo negro (Populus
nigra), higuera (Ficus carica),
sargas, rosales silvestres, zarzas. En una orilla de suelo rocoso encontramos:
grama (Cynodon dactylon), borrosa (Laphangium luteoalbum), matapulgas (Pulicaria arabica) y verbena menor (Verbena supina).
Así como las plantas se acomodan
a los diferentes factores ambientales del medio, las aves también aprovechan la
variedad de hábitats mostrando una significativa diversidad. En las excursiones, los grupos
numerosos dificultan la observación de aves, pero aun así a lo largo del recorrido
atravesamos bosques, matorrales, pastizales y zonas húmedas que permiten el
contacto con un buen número de especies. Las que anotamos son:
Ánade azulón (Anas platyrhynchos)
Ánade friso (Anas strepera)
Pato cuchara (Anas clypeata)
Cerceta común (Anas crecca)
Porrón común (Aythya ferina)
Porrón moñudo (Aythya fuligula)
Somormujo lavanco (Podiceps cristatus)
Cormorán grande (Phalacrocorax carbo)
Garceta grande (Casmerodius albus)
Garza real (Ardea cinerea)
Cigüeña blanca (Ciconia ciconia)
Buitre leonado (Gyps fulvus)
Buitre negro (Aegypius monachus)
Milano real (Milvus milvus)
Focha común (Fulica atra)
Gaviota reidora (Chroicocephalus ridibundus)
Gaviota sombría (Larus fuscus)
Paloma torcaz (Columba palumbus)
Martín pescador (Alcedo atthis)
Bisbita común (Anthus pratensis)
Lavandera blanca (Motacilla alba)
Acentor común (Prunella modularis)
Petirrojo (Erithacus rubecula)
Colirrojo tizón (Phoenicurus ochuros)
Zorzal charlo (Turdus viscivorus)
Mirlo común (Turdus merula)
Curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala)
Mosquitero común (Phylloscopus collybita)
Reyezuelo listado (Regulus ignicapilla)
Chochín (Troglodytes troglodytes)
Carbonero común (Parus major)
Herrerillo común (Cyanistes caeruleus)
Herrerillo capuchino (Lophophanes cristatus)
Mito (Aegithalos caudatus)
Urraca (Pica pica)
Pinzón vulgar (Fringilla coelebs)
Verdecillo (Serinus serinus)
Escribano montesino (Emberiza cia)