viernes, 3 de diciembre de 2010

Arroyo Marzolva. Méntrida (Toledo). 28-11-2010 // 500 msnm

Nuevamente volvemos a espacios de fuerte carga antrópica con campos de cultivo entreverados de manchas con vegetación natural, pero es que la mayoría de los paisajes del centro peninsular son así, fragmentos de historia, de supervivencia y de intereses, devenidos en una trama ingente de recovecos y perspectivas, siempre sorprendentes para el caminante. No nos molesta esta situación, al contrario. Los espacios fragmentados (fotos 1 y 2) configuran una buena parte de los paisajes ibéricos y posiblemente sean determinantes en cuanto a su gran biodiversidad.


Pasear por estos campos de libre circulación es un lujo, sobre todo si tenemos en cuenta que durante toda la jornada disfrutamos de estupendas vistas: los montes del Alamín, las estribaciones de la Sierra de Guadarrama y su conexión con la sierra de Gredos que percibimos al fondo, ya nevada (foto 3).


A primera hora de la mañana, cuando la escarcha todavía lo cubre todo (foto 4), desde los encinares del Alamín (foto 5) llega el sonido de la berrea, sorprendiéndonos lo tardío de estas bramas de ciervo (Cervus elaphus) cuyo final suponíamos por octubre. Menos épicas, las perdices (Alectoris rufa) ajean discretamente, a lo mejor por el barrunto de una amenaza, con cazadores de por medio. 


Según se atraviesan setos (foto 6), ribazos, encinares y cultivos (foto 7) se comprende la gran riqueza, por ejemplo ornitológica, que encierran estos lugares tan fragmentados, y es que aquí cada hábitat configura un nicho de oportunidades que funciona como un imán para la fauna.

 

Durante buena parte de la mañana nos acompañan los reclamos de varias águilas imperiales (Aquila adalberti), dos jóvenes de un año o así y un adulto oscurísimo que de vez en cuando las hostiga. Cada vez que este último, en sus cicleos, nos da la cara sus hombros blancos brillan como las luces de un avión. En ocasiones las águilas coinciden con una pareja de buitres negros (Aegypius monachus) que por su conducta también deben estar en los prolegómenos de las paradas nupciales, y a veces también con un grupito de buitres leonados (Gyps fulvus) que andan buscando algo por la zona. Las imperiales, cuando planean en compañía de un solitario azor (Accipiter gentilis) , muestran su impresionante envergadura; pero en cambio cuando se ponen al lado de los buitres negros la cosa cambia. La lista de aves que anotamos a lo largo de la jornada con unas cifras estimativas de abundancia es la siguiente:
Buitre leonado c.25
Buitre negro c.3
Azor común 1
Ratonero 1 R
Águila imperial c.3 R








Cernícalo vulgar 1
Perdiz común c.15 R
Paloma torcaz c.40 R
Pito real c.2 R
Cogujada común c.2 R
Totovía c.5 R
Bisbita común c.2 R
Lavandera blanca c. 3R
Chochín 1R
Acentor común c.7 R
Petirrojo c.30 RC
Colirrojo tizón 1
Mirlo común c.15 R
Zorzal común c.80 R C?
Zorzal alirrojo c. 10 R
Curruca cabecinegra c.10 R
Curruca capirotada c.10 R
Mosquitero común c.5 R
Reyezuelo listado 1 R
Mito 7 R
Herrerillo común c.3 CR
Carbonero común c. 10 CR
Rabilargo c.100 R
Urraca c.10 R
Cuervo c.2 R
Estornino negro c.3 R
Pinzón vulgar c.60 R
Verdecillo c.15 R
Verderón común c.3 R
Jilguero c. 10 R
Pardillo común c.15 R
Triguero c.15 R
En este tipo de medios se aprecia la tensión constante que palpita entre seres humanos y vegetación natural. Los primeros organizando el medio en su propio beneficio y las plantas silvestres siempre al acecho del menor resquicio de abandono para recuperarlo. Y así, mientras se resuelve la ocupación del terreno, se suceden invasiones y talas con el resultado de plantas cultivadas que acaban asilvestradas en los lugares más insospechados, esqueletos arbóreos procedentes de antiguos labrantíos, asfixiados por el empuje de lo autóctono o manifestaciones palpables de cómo tiene lugar la dinámica de la sucesión vegetal de acuerdo con los parámetros ambientales del lugar. En nuestro recorrido encontramos algunos elementos leñosos asilvestrados que forman parte de setos y sotillos, imprimiéndoles a veces su propia personalidad, como ocurre con las cañas (Arundo donax) (foto 8). El membrillero (Cydonia oblonga) (foto 9), que aún mantiene sus aromáticos frutos maduros entre el ramaje, es otro ejemplo de especie alóctona que encontramos asilvestrada. 


No es ésta época de muchas floraciones, pero estos campos de cultivo entre el otoño y la primavera se encuentran tapizados por un jaramago (Diplotaxis catholica) (foto 10) de flores amarillas, bastante común tanto en la campiña toledana como en la madrileña. Se acompaña en este caso de bastantes ejemplares, también en flor, de maravilla silvestre (Calendula arvensis) (foto 11) que suele empezar a florecer a mediados de enero. Más nos llama la atención una encina (Quercus ilex) repleta de inflorescencias (foto 12) que se sale de lo habitual. Aunque los rebrotes otoñales son frecuentes en este árbol, no lo es tanto que lleguen hasta estas fechas.


 

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