Hay un consenso más o menos general en la idea de proteger los espacios montañosos, las masas forestales o los ríos caudalosos, así como algunos animales o vegetales emblemáticos que normalmente viven en ellos. Sin embargo, resulta complicado trasladar a la sociedad la importancia de conservar un lugar como el que traemos a colación, deforestado y encajado entre un polígono industrial, vías de ferrocarril y descampados cubiertos de escombros. Por si todo esto fuera poco, su reconocimiento medioambiental se hace todavía más difícil en la medida que su periodo de mayor "belleza", o sea, cuando el terreno se cubre de verde, se ciñe a un par de semanas o tres que transcurren entre finales de mayo y primeros de junio.
Sin embargo, hay una serie de datos objetivos que convierten al pastizal periférico del CTC de Coslada, con sus 10 ha de extensión, en uno de los reductos botánicos de mayor interés de todo el centro peninsular por la presencia de un buen número de especies raras o incluso consideradas hasta no hace mucho extinguidas en la Comunidad de Madrid que conforman una asociación vegetal única, aún por investigar. Y dado que el entramado vegetal se encuentra en la base de la pirámide trófica cabe pensar que dicha singularidad vegetal se traduzca asimismo en una población notable de invertebrados. En nuestro recorrido encontramos estos dos ejemplares: el ortóptero Acrida turrita (foto 1) y un neuróptero posiblemente del género Libelloides (foto 2).
Hasta la fecha, el profesor de la Escuela de Ingenieros Forestales Juan Manuel Martínez Labarga que estudia la zona ha catalogado 315 especies de plantas, algunas de las cuales se pueden encontrar en el breve resumen que elaboramos en una entrada anterior de este blog: http://javiergrijalbo.blogspot.com.es/2010/06/centro-de-transportes-de-coslada-m-30-5.html La extremada importancia del pastizal en su conjunto y de algunos de sus integrantes queda acreditada en el hecho de que algunas especies como Teucrium spinosum, Geropogon hybridus o Convolvulus humilis (foto 3) presentan aquí sus únicas poblaciones madrileñas e incluso se puede decir que otras como Cynara tournefortii o Malvella sherardiana cuentan aquí con las mejores poblaciones de todo el mundo, tanto por el número de ejemplares como por su tasa de regeneración. Además, la presencia del trigo silvestre (Triticum boeoticum) (foto 4), del que se trata al final de este artículo, abre una nueva vía de argumentación en cuanto a la protección de este espacio por la posible trascendencia arqueológica de su hallazgo, aquí y por primera vez en Europa occidental.
De todas las especies citadas, la más conocida hasta la fecha es la alcachofa silvestre (Cynara tournefortii); su hermoso tamaño y el parentesco genético con una planta comestible, familiar a todas las personas, ha despertado cierta simpatía. Y de hecho, advertimos en nuestras últimas visitas a la zona un intento por proteger algunos ejemplares (también de Malvella sherardiana), suponemos que mediante su futuro traslado, puesto que se aprecian alcorques individuales, a nuestro juicio más bien contraproducentes, además de un etiquetado. Si la idea consiste en trasladar ejemplaresa un jardín botánico o sucedáneo, antes de que se arrase el pastizal, como recuerdo de que en su día vivieron de forma natural, no hay mucho que decir, pero si lo que se quiere es recrear el hábitat en otro lugar llevando ejemplares tanto de esta especie como de otras catalogadas en peligro, entonces hay que decir que se trata de una iniciativa descabellada ajena a cualquier concepto elemental sobre vegetación. La presencia de esta comunidad vegetal en la zona no obedece a ninguna casualidad sino a la comparecencia de una serie de factores edáficos, climáticos e históricos. Su valor tiene sentido en el lugar en el que vive y no desterrada a partir de ejemplares trasplantados sin cuento que en muchos casos sobrevivirán individualmente, pero con un futuro ciertamente comprometido. ¡Cómo somos los españoles! ¡Cómo despreciamos nuestro patrimonio no consagrado! Tiene que venir siempre alguien de fuera para que valoremos lo que aquí hay. Si en cualquier país centroeuropeo encontrasen algo similar crearían una microrreserva, un centro de interpretación, organizarían visitas guiadas, el ayuntamiento aprovecharía la oportunidad para organizar cursos de verano, centros de estudios y convertiría la planta insignia en icono de referencia. Pero cuando el modelo de desarrollo está enfocado en la construcción y las infraestructuras..., pues nada a los polígonos industriales. En este caso, la empresa que ha adquirido estos terrenos y que va a instalar aquí su sede es la distribuidora farmacéutica COFARES ¡Que oportunidad tan buena para dar brillo a su imagen de marca, recapacitando! Pues bien, por si lo antedicho fuera poco, ahora resulta que investigando, investigando aparece un curioso trigo que al ser determinado por investigadores del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias se revela como una especie no encontrada hasta la fecha ni en la península Ibérica, ni en toda Europa occidental: se trata de Triticum boeoticum (foto 4). El trigo en cuestión aparece de forma abundante en la zona (foto 5) ocupando ubicaciones donde parece haber un contenido mayor de humedad edáfica (plantas que en otras ubicaciones del pastizal se han secado ya, aparecen todavía frescas junto al trigo).
A partir de las primeras lecturas sobre la planta, lo que en principio parecía un hallazgo de interés puramente botánico va abriendo otras puertas hasta acabar compartiendo espacio con lo arqueológico. Y así resulta que el Triticum boeoticum es una especie silvestre que en su lugar de origen, la zona de Asia Menor y los Balcanes, hace unos 9000 años hibridó con otra especie del género Aegilops dando origen a uno de los primeros trigos domesticados (Triticum monococcum). Desde un punto de vista filogenético este trigo no se encuentra en la rama que ha dado lugar a los actuales trigos que nos sirven de alimento, pero sí es de interés pues, si bien su cultivo no es frecuente por su bajo rendimiento, todavía se cosecha en determinados lugares de forma relicta, incluso en puntos de la península. El hallazgo de Triticum boeoticum en el término de Coslada abre diversos interrogantes: ¿Cómo llegó la planta hasta aquí? ¿En qué periodo de la historia? ¿La trajeron pueblos nómadas neolíticos que se asentaron en la zona? ¿Hicieron uso de ella los primeros pobladores locales? ¿Llegó como planta adventicia junto a otros cultivos para naturalizarse posteriormente? ¿Ha venido tristemente en las ruedas de algún camión griego hasta el Centro de Transportes...? La presencia de este primitivo trigo en el centro de la península puede aportar información capaz de contribuir a mejorar el conocimiento actual sobre la evolución del trigo, y este interés no se le puede escapar a nadie. Aquel que esté interesado en profundizar algo más en este tema del trigo puede consultar el siguiente enlace: https://sites.google.com/site/arbabajojarama/triticum-boeticum-boiss-escanda-o-trigo-silvestre
A medida que aumenta el tamaño de los núcleos urbanos los espacios de su periferia sufren un cambio de uso que tiene consecuencias en su medio ambiente. Estos ámbitos de transición entre lo rural y lo urbano experimentan un grado de abandono que dependiendo de las circunstancias puede dar lugar a lugares de interés natural con especies de flora y fauna sorprendentemente variadas. A menudo estos lugares son literalmente arrasados y se convierten en terrenos estériles que acogen escombros, basuras y desmanes de todo tipo. Por eso las administraciones eluden su adecuada gestión y los condenan a un estado de negligente abandono invalidándolos para el uso ciudadano. Finalmente, los planes urbanísticos suelen acabar con todo lo que allí existía, lo desagradable y también lo valioso, construyendo o ajardinando. Es difícil vencer la mala fama de los descampados a causa de la suciedad y el gamberrismo que a menudo se apodera de ellos, pero desde aquí argumentamos a su favor porque además de sus valores naturales, presentan posibilidades didácticas, paisajísticas y de ocio que se tendrían que considerar. No se trata de defender porque sí cualquier lugar abandonado, sino de promover una gestión adecuada del territorio tras conocer científicamente su interés y potencial. En torno a este tema de los descampados hemos desarrollado materiales divulgativos con los que se pretende despertar el interés por unos lugares tan próximos a los que la sociedad da la espalda. El conjunto se reune en una exposición al aire libre que se puede visitar en el Jardín Botánico de Madrid hasta el 15 de junio. Para consultarlos o descargarlos puedes dirigirte a este enlace: Descampados
Los descampados se ven sometidos a eventualidades que unas veces hacen de ellos vertederos, otras, aparcamientos, otras asentamientos chabolistas y otras, en el mejor de los casos, rincones donde la naturaleza prolifera. Cualquier limitación de acceso, por elemental que sea, hace que en cualquier solar proliferen la vegetación y en paralelo la fauna. Con el fin de reconocer el valor de uno de estos espacios, nos internamos en un descampado del barrio de Moratalaz, al principio no sin cierta prevención, seleccionado entre otros muchos de similares características, por incorporar todos los aditamentos que les son propios: puntos con alto valor natural, asilvestramiento de carácter urbano con una cierta extensión de "neobosque", presencia de antiguas infraestructuras, basuras y escombros hasta el aburrimiento, tierras removidas, terraplenes, abonado complementario por perros, contacto con un importante núcleo de población, contacto impermeable con un colegio público de enseñanza secundaria, enormes posibilidades paisajísticas desaprovechadas, ajardinamientos anexos sin ton ni son...Veamos. Nada más entrar, un reguero de desechos jalona el recorrido (fotos 1 y 2). Basura llama a basura y cuando un desaprensivo vierte escombros otros como él ven la puerta abierta. Lo peor es cuando alguien de manera sistemática decide hacer del sitio un vertedero de residuos (foto 3) y las autoridades lo consienten.
Menos mal que la vegetación nitrófila y de suelos removidos, ahora verde y florida (foto 4), lo tapiza todo y contribuye a relajar la fuerte impresión inicial. Enseguida llama nuestra atención la leguminosa herbácea de flores blancas Ononis biflora (foto 14), aquí muy común. Los cantos de diversas especies de aves también ayudan en este sentido, sobre todo el alegre gorjeo de un grupo de abejarucos (Merops apiaster) aquerenciados en la zona. Hay que decir que nos encontramos a menos de 100 metros de viviendas habitadas y de un ambulatorio de la Seguridad Social, simplemente cruzando la calle Doctor García Tapia. Nos preguntamos si esta isla de escombros pasa desapercibida para el Ayuntamiento.
Enseguida cruzamos un impresionante seto de cambrón (Lycium barbarum) en flor, vestigio de lo que fueron los antiguos vallados del sur de Madrid, cuando se empleaban estas matas espinosas para separar. Su vigor y fragosidad ganan por poco al neobosque de ailantos (Ailanthus altissima) y olmos de Siberia (Ulmus pumila) que bordean la parcela escondiendo parcialmente los desechos (fotos 5 y 6). Estos bosques, formados por especies arbóreas no autóctonas (olmo de Siberia y ailanto fundamentalmente), aparecen en Madrid espontáneamente y son muy habituales de zonas alteradas donde la vegetación natural encuentra obstáculos para su desarrollo. Aparecen tras la instalación natural de un herbazal de buen porte donde el lastón (Piptatherum miliaceum) y la altabaca (Dittrichia viscosa) suelen ser algunas de las plantas características.
El valor ornitológico tanto de esta arboleda como la del seto y sus espacios colindantes quedan de manifiesto tras la lista de aves que anotamos en la zona. Es verdad que en esta época del año muchas de las especies de aves que se ven son visitantes durante su viaje migratorio, pero también es cierto que el lugar reune condiciones de alimento y refugio que atraen a los pájaros. Detectamos las siguientes especies: Paloma torcaz Tórtola turca Tórtola común Cotorra gris argentina Vencejo común Abejaruco común Pito real Golondrina común Avión común Petirrojo Ruiseñor común Mirlo Zarcero común Curruca cabecinegra Curruca capirotada Mosquitero papialbo Mosquitero musical Papamoscas cerrojillo Mito Carbonero garrapinos Carbonero común Alcaudón común Urraca Estornino negro Gorrión común Gorrión molinero Verdecillo Verderón común Jilguero Pardillo Picogordo Triguero El trazado del antiguo ferrocarril de Arganda se reconoce claramente en la zona (foto 7), quizá uno de los pocos vestigios significativos que afloran cerca del centro de Madrid. Caminamos sobre el balasto en el que descansaban las vías del tren y reconocemos botánicamente sus laderas apreciando un interesante pastizal que ahora se encuentra en su momento óptimo de floración.
Uno de los aspectos que caracteriza a este descampado es el importante desnivel que articula los altos de Vicálvaro, muy próximos, con la vaguada del desaparecido arroyo Abroñigal, hoy día M-30. Unas laderas que suponemos harían las delicias de cualquier urbanista, máxime si se tiene en cuenta las vistas de Madrid que se aprecian desde la coronación, un mirador natural desaprovechado por el estado de degradación en el que se encuentra su base (ver foto de cabecera). El aspecto de estas vertientes (foto 8) sorprende en algunos puntos por su rusticidad y en aquellas que no son terraplenes artificiales se desarrollan interesantes pastos naturales con leguminosas diversas.
El nivel superior de este espacio natural actualmente ha sido ajardinado y se puede decir que es un sitio bastante concurrido, a pesar de su monotonía. En su mayor parte se ha repoblado con pinos bajo los cuales se desarrolla un pastizal efímero que ahora se encuentra en pleno apogeo (foto 9). Sin embargo, hay interesantes excepciones que tienen que ver con la litología y que obligan a tener precaución con la gestión de algunos puntos de esta zona ajardinada. Mientras en las cotas inferiores predominan sustratos arenosos con cierto componente margoso en las zonas más altas hay afloramientos de arcosas más silíceas donde aparecen plantas cuya distribución encuentra aquí su límite (Astragalus pelecinus, Lupinus angustifolius); más al sur y al este las arcosas van dando paso a los materiales evaporíticos característicos del sureste madrileño. El aspecto de este pastizal se puede ver en la foto 10
A lo largo del paseo realizamos un inventario de plantas de las que destacamos las que florecen ahora, dado el interés fenológico de este blog. Las especies que anotamos son las siguientes: Alyssum granatense (foto 11) Anacyclus clavatus Anchusa azurea Anthemis arvensis Asphodelus fistulosus Astragalus hamosus (foto 12) Astragalus pelecinus Astragalus sesameus Bromus hordeaceus Bromus madritensis Bromus rubens Buglossoides arvensis Calendula arvensis Capsella bursa-pastoris Cardaria draba Carduus bourgeanus Carduus pycnocephalus Carduus tenuiflorus Cerastium dichotomum Cerastium ramosissimum Cnicus benedictus Convolvulus arvensis Crepis vesicaria Descurainia sophia Diplotaxis virgata Echium plantagineum Erodium ciconium Erodium cicutarium Erodium moschatum (foto 13) Eruca vesicaria Euphorbia helioscopia Euphorbia serrata Filago pyramidata Fumaria officinalis Galium aparine Geranium molle Geranium rotundifolium Helianthemum ledifolium Herniaria cinerea Holosteum umbellatum Hordeum murinum Hypecoum imberbe Lamium amplexicaule Leontodon taraxacoides Linaria micrantha Linaria spartea Lupinus angustifolius Lycium barbarum Malva neglecta Malva sylvestris Marrubium vulgare Molineriella minuta Muscari comosum Muscari neglectum Ononis biflora (foto 14) Papaver rhoeas Phalaris minor Plantago coronopus Plantago lanceolata Plantago lagopus Polygonum rurivagum Reseda lutea Salvia verbenaca Scandix australis Scorzonera laciniata Senecio vulgaris Silene decipiens Sisymbrium austriacum Sonchus oleraceus Sonchus tenerrimus Spergula arvensis Spergularia rubra Taraxacum obovatum Taraxacum officinale Tragopogon dubius Tragopogon porrifolius Trifolium tomentosum Trigonella monspeliaca (foto 15) Trigonella polyceratia Vicia villosa Vulpia ciliata Vulpia muralis Vulpia myurus
Subimos a la sierra de Guadarrama para comprobar de qué forma afectan los últimos temporales de frío, viento y nieve a las poblaciones de aves de montaña. Llegamos a primera hora de la mañana con viento en calma, pero con una temperatura de cuatro grados bajo cero lo que hace pensar que esta larga noche invernal ha debido se bastante fría. El ambiente de la zona es el que recogen el par de fotos con el que encabezamos esta entrada: foto 1, pinar de Pinus sylvestris y foto 2, macizo de Siete Picos
Recorremos algo menos de un kilómetro y medio por un pinar de Pinus sylvestris que todavía conserva un somero manto blanco debido a las nevadas de estos últimos días, comprobando cómo el almacén de recursos alimenticios que ofrecen tanto las ramas como la corteza de estas coníferas es capaz de mantener una, hasta cierto punto, boyante población de pájaros, en su mayor parte no migradores. Se sabe que parte de estas aves se dispersan fuera de sus lugares de cría, a menudo por cotas más bajas y principalmente durante la invernada, lo que seguramente explica, por ejemplo, la presencia más o menos frecuente en esta época de carboneros garrapinos (Periparus ater) o herrerillos capuchinos (Lophophanes cristatus)en la campiña meseteña meridional; sin embargo son muchos los que permanecen fieles a sus lugares de origen manteniéndose en sus alrededores incluso en los periodos más fríos con densidades a veces en absoluto desdeñables (2,6 aves/ha y 2,0 aves/ha, respectivamente en el caso de los citados garrapinos y capuchinos). Resulta curioso observar a estas mismas aves esquivando la caída de los copos de nieve retenidos por el ramaje, mientras buscan alimento.
Se oyen los cantos de algunas especies, si bien de la mayoría de ellas solo se escuchan reclamos, aun así es previsible que en un par de semanas muchas de ellas empezarán a ocupar sus territorios de cría y la sierra se llenará de una algarabía de cantos. Los tamborileos de los pico picapinos también son frecuentes ahora. Las aves que detectamos durante el recorrido que comentamos al principio son las habituales en este tipo de medios y no hay nada fuera de lo común. Su listado es el siguiente: Buitre leonado Azor Pito real Pico picapinos Mirlo común Zorzal charlo C Mosquitero común Reyezuelo sencillo Herrerillo capuchino C Carbonero garrapinos C Herrerillo común Carbonero común C Trepador azul Agateador común Pinzón vulgar Verderón serrano Jilguero Piquituerto
Para ver que ocurre todavía en cotas más altas, subimos al puerto de Navacerrada (1860 m) y hacemos un par de recorridos por la zona en busca de aves. Hay bastante nieve, como se puede ver en las fotos, y se aprecia que tanto la diversidad como la abundancia de aves decrece considerablemente con respecto a la prospección anterior, si bien es cierto que siempre a mediodía la actividad de éstas siempre desciende. Lo que se detecta por la zona es lo siguiente: Buitre leonado Acentor alpino Herrerillo capuchino Carbonero garrapinos, el más abundante Carbonero común Trepador azul Corneja negra Cuervo Pinzón vulgar Verderón serrano Jilguero Pardillo Piquituerto
Foto 5: Piornal de Cytisus oromediterraneus cubierto de nieve a los dos días de una cellisca. Los árboles son pinos albares. Foto 6: Aspecto del pico Maliciosa (2227 m). Foto 7: Aspecto del pinar de Pinus sylvestris en la vertiente segoviana del puerto de Navacerrada.
Muchas especies de aves pasan la noche en dormideros comunales donde a menudo se reunen miles de individuos. Los ejemplares que componen el dormidero pasan el día comiendo por lugares, a menudo situados a decenas de kilómetros, y al atardecer acuden al lugar de reunión a lo largo de un periodo variable que puede durar varias horas. Aunque hay dormideros al final de la época de cría lo normal es que éstos funcionen diariamente lo que dura el periodo de estancia de los invernantes mediterráneos, es decir de octubre a abril. También hay que decir que algunos dormideros duran décadas mientras que otros cambian de emplazamiento debido a molestias o daños en el hábitat.
En algunas especies los comederos se encuentran bastante localizados, pero en otras sus fuentes de alimento se hallan dispersas y ello hace que la entrada al dormidero se realice desde diferentes direcciones; sin embargo, en el caso de los dormideros urbanos, que es de lo que aquí se trata, siempre se aprecia una componente direccional principal. Una sugerente teoría propone que los dormideros, además de tratarse de puntos de reunión con evidentes ventajas en cuanto a la seguridad para sus componentes, determinan lugares de encuentro donde las aves recogen información relativa a la disponibilidad de alimento de acuerdo con la actitud de los diferentes grupos que lo integran (al no comportarse igual las aves que han comido abundantemente y las que no al día siguiente se seguiría a las más lozanas), en fin... Un lugar interesante para observar este fenómeno de los dormideros es la ribera del Manzanares donde el río entra en la ciudad de Madrid. Aquí, además de contemplar el camino de ida de las gaviotas reidoras (Chroicocephalus ridibundus) y sombrías (Larus fuscus) hacia su dormidero situado en el embalse de Santillana (hablamos de unas 50.000 aves), se encuentran pequeños dormideros de urraca (Pica pica) (algo más de 100 ejemplares) y grajilla (Corvus monedula) (cerca de 300 ejemplares). Sin embargo el más notable de todos es el de palomas torcaces (Columba palumbus) situado en los jardines del Campo del Moro que supera ligeramente los 11.000 ejemplares. El parque es un espacio forestal ajardinado contiguo al Palacio Real que cuenta con arbolado denso y longevo (curiosamente al seguir su recorrido para ver de donde vienen -no pasan por el pueblo del Pardo- llego hasta la cancela del Palacio de la Zarzuela, se ve que son unas aves muy ilustres). La mayoría de las palomas torcaces llega desde el norte (una pequeña proporción viene de la Casa de Campo), de la zona del Pardo, siguen el valle del Manzanares, atraviesan el Parque del Oeste y entran en el Campo del Moro. La llegada comienza a las 14,00 hora solar y finaliza a las 17,00 h, después de ponerse el sol. Las palomas entran en grupos de 20 a 500 individuos ( a veces aisladas) con un flujo máximo que tiene lugar de 16,00 a 16,35 cuando entran alrededor de 1000 ejemplares cada 5 minutos. La paloma torcaz ha adquirido un aumento demográfico en la ciudad de Madrid a partir de la década de los 90 y además los dormideros urbanos de esta especie se han vuelto habituales, incluso al final del verano.
Visitamos los confines madrileños del conjunto montañoso Somosierra - Ayllón, donde el Sistema Central remata su extremo oriental. La zona está constituida por un conjunto de abruptas alineaciones montañosas orientadas muy a menudo en dirección norte-sur que son el resultado de uno de los accidentes geológicos más interesantes de esta parte de la península: la Falla de Berzosa. Esta costura que atraviesa la sierra de parte a parte separa litologías bien distintas, y en consecuencia diferentes modelados del relieve cuyo resultado final son los característicos paisajes locales, tan diferentes a los del resto de la sierra madrileña. Si al oeste de la falla el roquedo está compuesto por esquistos, neises y granitos al este, donde nos encontramos, predominan cuarcitas y pizarras (foto 1) que se disponen en bandas determinando irregulares orografías con vivos resaltes cuarcíticos (foto 2).
El monte está presidido por interminables repoblaciones de pinos de diversas especies: resineros (P. pinaster), negrales (P. nigra) y albares (P. sylvestris), nítidamente delimitadas por monótonos matorrales de jara pringosa (Cistus ladanifer) y estepa (Cistus laurifolius) que a veces conviven con cantuesos (Lavandula pedunculata), torviscos (Daphne gnidium) y, cuando el suelo es algo más profundo y más fresco, rosales como Rosa micrantha y Rosa corymbifera; además cuando el sustrato es de pizarra también aparece romero (Rosmarinus officinalis) que por aquí aun no florece. Los cauces que atraviesan estas laderas se enriquecen con un grupo de plantas ribereñas entre las que se reconocen: brezo blanco (Erica arborea, Sarga negra (Salix atrocinerea), majuelo (Crataegus monogyna) y algún arce de Montpellier (Acer monspessulanum). El rastro que estas alineaciones marcan en el paisaje se hace bien evidente también en esta época del año cuando los sotillos que forman han perdido la mayor parte de sus hojas (foto 3).
A pesar de la pobreza del sustrato es estimulante constatar el vigor de la vegetación, por ejemplo en las cicatrices que los cortafuegos dejan en el monte cuyo espacio, en apariencia estéril, se ve inmediatamente envuelto en una dinámica de recolonización vegetal del espacio perdido (foto 4). Si el cortafuegos no se mantiene con el esfuerzo humano el suelo se cubrirá la próxima primavera de un herbazal que con el transcurso de los años se irá salpicando de jaras. En poco tiempo el jaral se habrá vuelto a adueñar de lo ahora descarnado e incluso algún enebro comenzará a sobresalir aquí y allá.
Estos jarales tan esquivos a lo forestal y que se perpetúan durante décadas al amparo del pobre sustrato rocoso, sin embargo admiten algunos pinos jóvenes que colonizan los espacios contiguos a las repoblaciones (foto 5). Se trata principalmente de pinos resineros, pero también de algún albar que delatan con su espontánea presencia su viabilidad a largo plazo.
El invierno en estas sierras debe ser duro: las yemas de las sargas negras que suelen florecer en enero casi no han engordado y las semillas de las herbáceas que han germinado este otoño apenas han desarrollado algo más que los cotiledones o las hojas inmediatamente posteriores (foto 6).
Con poco más de nueve horas de luz para poder alimentarse y las bajas temperaturas nocturnas que se registran en la zona en esta época del año resulta sorprendente la presencia de una cierta variedad de aves de metabolismo admirable cuyo peso en ocasiones sobrepasa escasamente los 10 gramos. Es cierto que la cantidades de aves no son en absoluto numerosas si las comparamos con las que viven unos kilómetros al sur, por ejemplo en el valle del Jarama, pero sí son significativas y merece la pena tenerlas en cuenta. Destacan entre las observaciones un grupo de 20 perdices rojas (Alectoris rufa) y densidades interesantes de algunos pájaros de matorral como el acentor común (Prunella modularis) (1,4 aves/ha), el mirlo (Turdus merula) (1,4 aves/ha), la curruca rabilarga (Sylvia undata) (0,7 aves/ha) y el escribano montesino (Emberiza cia) (1,1 aves/ha). Todas ellas se registran en un recorrido en el que se prospectan 5,5 hectáreas de jaral con algún seto intercalado que es donde se detectan los mayores aquerenciamientos. El listado de aves que detectamos a lo largo de la mañana es el siguiente: Buitre leonado Ratonero Perdiz Pito real Totovía Chochín Acentor común Petirrojo Mirlo común Zorzal charlo Curruca rabilarga Mosquitero común Reyezuelo listado Herrerillo capuchino Carbonero garrapinos Herrerillo común Agateador común Alcaudón real Arrendajo Cuervo Pinzón vulgar Verdecillo Verderón común Jilguero Lúgano Pardillo común Escribano montesino
¡Bienvenido al blog de Javier Grijalbo! Su contenido tiene que ver con la naturaleza. El autor describe las observaciones naturalistas realizadas a lo largo de sus paseos por el campo, normalmente encaminados por la Comunidad de Madrid y sus provincias contiguas. La fenología de las especies cuya aparición presenta alguna periodicidad, la distribución de animales y plantas y la interpretación del paisaje son algunos de los aspectos principales en los que aquí se repara.
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Publicación de 2016. Agotada
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Agotado. Sugerencias de todo tipo serán bien recibidas. Premio Juan Julio 2011 de la Asociación Española de Parques y Jardines Públicos.
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